La irrupción del pueblo visigodo

Por entonces iniciaba su protagonismo otro pueblo también de origen germánico cuyas relaciones con el Imperio habían conocido ya una larga historia de alianzas y hostilidades: el pueblo visigodo -rama escindida del tronco de los godos-, que habían acordado con aquél un siglo antes su asentamiento en las provincias orientales y había vivido desde entonces sucesivamente en Tracia y Mesia, rompió el pacto a comienzos del siglo V y dejó aquel territorio, quizá motivado por la presión de sus vecinos los hunos o bien por su deseo de habitar mejores y más seguras tierras, dirigiéndose hacia Occidente al mando de un nuevo dux, de donde el general romano Constancio, hombre fuerte del emperador Honorio, le expulsó. De allí pasó a Hispania en el año 415, tal vez con el propósito de instalarse en África. Esta fecha suele marcar, impropiamente como en seguida veremos, el comienzo de la Hispania visigoda.

Pero frustrado su proyecto de cruzar el Estrecho y encontrándose en situación precaria, Roma aprovechó esta circunstancia para concertar con su guía o rey, Valia (415-418), nuevos pactos que le permitirían alejar a los visigodos de la Península y a la vez utilizarlos para combatir a los otros pueblos invasores. Un foedus entre Constancio, en nombre del emperador, y delegados de Valia, celebrado el año 418, estipuló el abandono por lo visigodos de las tierras hispanas y su regreso a las Galias, en cuyo ámbito -primero en la provincia atlántica de Aquitania secunda, de la que se extenderían hasta la mediterránea de la Narbonensis- constituirían un reino y fijarían su sede en Tolosa (Toulouse), desde donde, como aliados de Roma, emprenderían sistemáticas campañas para expulsar de Hispania a los otros pueblos.

Era evidente que, pese a los incumplimientos y rupturas anteriores, Roma seguía confiando en los visigodos, hacia los que sentía preferencia, pues no en vano esta pueblo era, de entre los bárbaros, el que por sus largos años de vida dentro del Imperio había alcanzado, al menos entre sus clases dirigentes, un mayor nivel de romanización, de asimilación de las instituciones, lengua, religión y organización romanas. Por ello, cuando se establecieron en las Galias, constituyendo como un reino sin fronteras, un estado dentro de otro estado, los reyes visigodos rigieron no sólo sobre su propio pueblo, sino también, a modo de magistrados romanos, sobre la población galo-romana con la que convivían en una experiencia que después se repetiría en Hispania.

Fuente:
Manual básico de Historia del Derecho (Temas y antología de textos)
Enrique Gacto Fernández
Juan Antonio Alejandre García
José María García Marín